domingo, 25 de enero de 2009

Queremos que vuelva Tomoe Gozen

Saludos!
Llevamos un principio de año intenso y dulce y esperamos de vuestra bondad que nos perdoneis el tiempo que hemos estado ausentes. Hemos remozado un poco el blog e incluido páginas realmente buenas de gente realmente talentosa.
Teneis un icono para suscribiros a este blog (eso es algo que nosotros nunca pediremos en público, somos muy orgullosos, pero no significa que no lo deseemos secretamente, somos sensibles al halago), una lista de los blogs de los autores que han puesto su granito de arena en nuestro GENTLEMAN, y otra de blogs que no deberíais dejar de visitar.

Hoy retomamos con entusiasmo la serie de GRANDES MUJERES con una mujer cuya biografía nos hace suspirar: la japonesa TOMOE GOZEN, una guerrera samurai en el japón feudal. Honestamente pensábamos que tal cosa era imposible pero, una vez más respecto a las mujeres, estábamos equivocados y le agradecemos a la Sta. Drizzle Eversmile que nos siga sorprendiendo con historias intensas y hermosas.
En cualquier caso, muchos me darán la razón si digo que una mujer que maneja una katana con letal habilidad junto a su amado es lo que muchos pedirían por Navidad.
No busqueis más. Existió. Y se llamó Tomoe Gozen.

TOMOE GOZEN. La mujer guerrera (1157-1184)

La clase de la guerrera Samurai se inició en el siglo IX siendo expertas luchadoras con unas estrictas normas de honor.

Tomoe Gozen es el ejemplo de la verdadera guerrera en el principio de la historia del Japon moderno. Mientras que muchas mujeres a través de los tiempos fueron forzadas a tomar las armas (en defensa de su vida, propiedades, familias por ejemplo), Tomoe era una formidable Bushi.

Su arma preferida, la naginata, una especie de lanza de madera con una hoja metálica acoplada, le dió fama legendaria. Siempre dispuesta a la lucha, también era una excelente arquera y dominaba con facilidad el manejo de grandes caballos por escarpadas pendientes.

Ella estaba casada con Kiso (Minamoto) Yoshinaka. En 1184 tomaba Kyoto después de haber triunfado en la batalla de Kurikawa, integrando el ejercito de Taira de las provincias del oeste, Yoshinaka comenzó a insinuar que Tomoe debería tener el liderazgo de los Minamoto – esto provoco un ataque de Minamoto Yoritomo.

Yoshinaka y Tomoe se enfrentaron a los Bushi de Yoritomo en Awazu, en desesperada pelea Tomoe decapito a Yoritome. El Heike Monogatari dice de Tomoe…

"…Tomoe era muy bella, de piel blanca, cabello largo, y encantadoras facciones. Ella era también una excelente arquera, tenía un gran dominio de la katana. En ella confluía un demonio y un dios, montada o a pie se destacaba en el combate. Cada vez que se aproximaba la batalla, Yoshinaka enviaba a Tomoe, equipada con una pesada armadura y una gran katana a la cabeza de los Bushi, y ella demostraba un gran valor, mayor al resto de los guerreros.."

miércoles, 7 de enero de 2009

¿Qué hemos hecho con el Gran Hermano?


A muchos que escuchen el nombre de "Gran Hermano", sólos les vendrá a la cabeza un programa de televisión de dudoso gusto. Sin embargo, el "Gran Hermano" es una idea de la novela "1984" de George Orwell, autor también de la magnífica "Rebelión en la granja".
Hace tiempo, la escritora Carmen Valladolid me envió la dirección de un texto de Orwell que habían publicado en la página literaria Cruzagramas, y que hablaba de algo que todo escritor se ha planteado en algún momento: ¿Por qué escribo?.
Es un texto largo pero merece la pena. Para Orwell, los 4 motivos fundamentales por los que alguien escribe son:
1- Egoismo agudo
2- Entusiasmo estético
3- Impulso histórico
4- Propósito político

Disfrutadlo.



"Por qué escribo" (George Orwell)
Desde muy corta edad, quizá desde los cinco o seis años, supe que cuando fuese mayor sería escritor. Entre los diecisiete y los veinticuatro años traté de abandonar ese propósito, pero lo hacía dándome cuenta de que con ello traicionaba mi verdadera naturaleza y que tarde o temprano habría de ponerme a escribir libros.

Era yo el segundo de tres hermanos, pero me separaban de cada uno de los dos cinco años, y apenas vi a mi padre hasta que tuve ocho. Por ésta y otras razones me hallaba solitario, y pronto fui adquiriendo desagradables hábitos que me hicieron impopular en mis años escolares. Tenía la costumbre de inventar historias y sostener conversaciones con personas imaginarias, y creo que desde el principio se mezclaron mis ambiciones literarias con la sensación de estar aislado y de ser menospreciado. Sabía que las palabras se me daban bien, así como que podía enfrentarme con hechos desagradables creándome una especie de mundo privado en el que podía obtener ventajas a cambio de mi fracaso en la vida cotidiana.
Sin embargo, el volumen de escritos serios, es decir, realizados con intención seria, que produje en toda mi niñez y en mis años adolescentes no llegó a una docena de páginas. Escribí mi primer poema a la edad de cuatro o cinco años (se lo dicté a mi madre). Tan sólo recuerdo de esa "creación" que trataba de un tigre y que el tigre tenía "dientes como de carne", frase bastante buena, aunque imagino que el poema sería un plagio de "Tigre, tigre", de Blake.
A mis once años, cuando estalló la guerra de 1914-1918, escribí un poema patriótico que publicó el periódico local, lo mismo que otro, de dos años después, sobre la muerte de Kitchener. De vez en cuando, cuando ya era un poco mayor, escribí malos e inacabados "poemas de la naturaleza" en estilo georgiano. También, unas dos veces, intenté escribir una novela corta que fue un impresionante fracaso. Ésa fue toda la obra con aspiraciones que pasé al papel durante todos aquellos años. Sin embargo, en ese tiempo me lancé de algún modo a las actividades literarias. Por lo pronto, con material de encargo que produje con facilidad, rapidez y sin que me gustara mucho.
Aparte de los ejercicios escolares, escribí vers d'occasion, poemas semicómicos que me salían en lo que me parece ahora una asombrosa velocidad -a los catorce escribí toda una obra teatral rimada, una imitación de Aristófanes, en una semana aproximadamente- y ayudé en la redacción de revistas escolares, tanto en los manuscritos como en la impresión. Esas revistas eran de lo más lamentablemente burlesco que pueda imaginarse, y me molestaba menos en ellas de lo que ahora haría en el más barato periodismo. Pero junto a todo esto, durante quince años o más, llevé a cabo un ejercicio literario: ir imaginando una "historia" continua de mí mismo; una especie de diario que sólo existía en la mente. Creo que ésta es una costumbre en los niños v adolescentes. Siendo todavía muy pequeño, me figuraba que era, por ejemplo, Robin Hood, y me representaba a mi mismo como héroe de emocionantes aventuras, pero pronto dejó mi "narración" de ser groseramente narcisista y se hizo cada vez más la descripción de lo que yo estaba haciendo y de las cosas que veía. Durante algunos minutos fluían por mi cabeza cosas como estas: "Empujo la puerta y entró en la habitación. Un rayo amarillo de luz solar, filtrándose por las cortinas de muselina, caía sobre la mesa, donde una caja de fósforos, medio abierta, estaba junto al tintero. Con la mano derecha en el bolsillo, avanzó hacia la ventana. Abajo, en la calle, un gato con piel de concha perseguía una hoja seca", etc., etc. Este hábito continuó hasta que tuve unos veinticinco años, cuando ya entré en mis años no literarios. Aunque tenía que buscar, y buscaba las palabras adecuadas, daba la impresión de estar haciendo contra mi voluntad ese esfuerzo descriptivo bajo una especie de coacción que me llegaba del exterior. Supongo que la "narración" reflejaría los estilos de los varios escritores que admiré en diferentes edades, pero recuerdo que siempre tuve la misma meticulosa calidad descriptiva.
Cuando tuve unos dieciséis años descubrí de repente la alegría de las palabras; por ejemplo, los sonidos v las asociaciones de palabras. Unos versos de Paraíso perdido, que ahora no me parecen tan maravillosos, me producían escalofríos. En cuanto a la necesidad de describir cosas, ya sabía a qué atenerme. Así, está claro qué clase de libros quería yo escribir, si puede decirse que entonces deseara yo escribir libros. Lo que más me apetecía era escribir enormes novelas naturalistas con final desgraciado, llenas de detalladas descripciones y símiles impresionantes, y también llenas de trozos brillantes en los cuales serían utilizadas las palabras, en parte, por su sonido. Y la verdad es que la primera novela que llegué a terminar, Días de Birmania, escrita a mis treinta años pero que había proyectado mucho antes, es más bien esa clase de libro.

Doy toda esta información de fondo porque no creo que se puedan captar los motivos de un escritor sin saber antes su desarrollo al principio. Sus temas estarán determinados por la época en que vive -por lo menos esto es cierto en tiempos tumultuosos y revolucionarios como el nuestro-, pero antes de empezar a escribir habrá adquirido una actitud emotiva de la que nunca se librará por completo. Su tarea, sin duda, consistirá en disciplinar su temperamento v evitar atascarse en una edad inmadura, o en algún perverso estado de ánimo: pero si escapa de todas sus primeras influencias, habrá matado su impulso de escribir. Dejando aparte la necesidad de ganarse la vida, creo que hay cuatro grandes motivos para escribir, por lo menos para escribir prosa. Existen en diverso grado en cada escritor, y concretamente en cada uno de ellos varían las proporciones de vez en cuando, según el ambiente en que vive. Son estos motivos:

1. El egoísmo agudo. Deseo de parecer listo, de que hablen de uno, de ser recordado después de la muerte, resarcirse de los mayores que le despreciaron a uno en la infancia, etc., etc. Es una falsedad pretender que no es éste un motivo de gran importancia. Los escritores comparten esta característica con los científicos, artistas, políticos, abogados, militares, negociantes de gran éxito, o sea con la capa superior de la humanidad. La gran masa de los seres humanos no es intensamente egoísta. Después de los treinta años de edad abandonan la ambición individual -muchos casi pierden incluso la impresión de ser individuos y viven principalmente para otros, o sencillamente los ahoga el trabajo. Pero también está la minoría de los bien dotados, los voluntariosos decididos a vivir su propia vida hasta el final, y los escritores pertenecen a esta clase. Habría que decir los escritores serios, que suelen ser más vanos y egoístas que los periodistas, aunque menos interesados por el dinero.

2. Entusiasmo estético. Percepción de la belleza en el mundo externo o, por otra parte. en las palabras y su acertada combinación. Placer en el impacto de un sonido sobre otro, en la firmeza de la buena prosa o el ritmo de un buen relato. Deseo de compartir una experiencia que uno cree valiosa y que no debería perderse. El motivo estético es muy débil en muchísimos escritores, pero incluso un panfletario o el autor de libros de texto tendrá palabras y frases mimadas que le atraerán por razones no utilitarias; o puede darle especial importancia a la tipografía, la anchura de los márgenes, etc. Ningún libro que esté por encima del nivel de una guía de ferrocarriles estará completamente libre de consideraciones estéticas.

3. Impulso histórico. Deseo de ver las cosas como son para hallar los hechos verdaderos y almacenarlos para la posteridad.

4. Propósito político, y empleo la palabra "político" en el sentido más amplio posible. Deseo de empujar al mundo en cierta dirección, de alterar la idea que tienen los demás sobre la clase de sociedad que deberían esforzarse en conseguir. Insisto en que ningún libro está libre de matiz político. La opinión de que el arte no debe tener nada que ver con la política ya es en sí misma una actitud política. Puede verse ahora cómo estos varios impulsos luchan unos contra otros y cómo fluctúan de una persona a otra y de una a otra época.
Por naturaleza -tomando "naturaleza" como el estado al que se llega cuando se empieza a ser adulto- soy una persona en la que los tres primeros motivos pesan más que el cuarto. En una época pacífica podría haber escrito libros ornamentales o simplemente descriptivos v casi no habría tenido en cuenta mis lealtades políticas. Pero me he visto obligado a convertirme en una especie de panfletista.

Primero estuve cinco años en una profesión que no me sentaba bien (la Policía Imperial India, en Birmania), y luego pasé pobreza y tuve la impresión de haber fracasado. Esto aumentó mi aversión natural contra la autoridad y me hizo darme cuenta por primera vez de la existencia de las clases trabajadoras, así como mi tarea en Birmania me había hecho entender algo de la naturaleza del imperialismo: pero estas experiencias no fueron suficientes para proporcionarme una orientación política exacta.
Luego llegaron Hitler, la guerra civil española, etc. Éstos y otros acontecimientos de 1936-1937 habían de hacerme ver claramente dónde estaba. Cada línea seria que he escrito desde 1936 lo ha sido, directa o indirectamente, contra el totalitarismo y a favor del socialismo democrático, tal como yo lo entiendo. Me parece una tontería, en un periodo como el nuestro, creer que puede uno evitar escribir sobre esos temas.

Todos escriben sobre ellos de un modo u otro. Es sencillamente cuestión del bando que uno toma y de cómo se entra en él. Y cuanto más consciente es uno de su propia tendencia política, más probabilidades tiene de actuar políticamente sin sacrificar la propia integridad estética e intelectual.
Lo que más he querido hacer durante los diez años pasados es convertir los escritos políticos en un arte. Mi punto de partida siempre es de partidismo contra la injusticia. Cuando me siento a escribir un libro no me digo: 'Voy a hacer un libro de arte." Escribo porque hay alguna mentira que quiero dejar al descubierto, algún hecho sobre el que deseo llamar la atención. Y mi preocupación inicial es lograr que me oigan. Pero no podría realizar la tarea de escribir un libro, ni siquiera un largo artículo de revista, si no fuera también una experiencia estética. El que repase mi obra verá que aunque es propaganda directa contiene mucho de lo que un político profesional consideraría irrelevante. No soy capaz, ni me apetece, de abandonar por completo la visión del mundo que adquirí en mi infancia. Mientras siga vivo y con buena salud seguiré concediéndole mucha importancia al estilo en prosa, amando la superficie de la Tierra. Y complaciéndome en objetos sólidos y trozos de información inútil. De nada me serviría intentar suprimir ese aspecto mío. Mi tarea consiste en reconciliar mis arraigados gustos y aversiones con las actividades públicas, no individuales, que esta época nos obliga a todos a realizar. No es fácil. Suscita problemas de construcción y de lenguaje e implica de un modo nuevo el problema de la veracidad. He aquí un ejemplo de la clase de dificultad que surge.
Mi libro sobre la guerra civil española, Homenaje a Cataluña, es, desde luego, un libro decididamente político, pero está escrito en su mayor parte con cierta atención a la forma y bastante objetividad. Procuré decir en él toda la verdad sin violentar mi instinto literario. Pero entre otras cosas contiene un largo capítulo lleno de citas de periódicos y cosas así, defendiendo a los trotskistas acusados de conspirar con Franco. Indudablemente, ese capítulo, que después de un año o dos perdería su interés para cualquier lector corriente, tenía que estropear el libro. Un crítico al que respeto me reprendió por esas páginas: "¿Por qué ha metido usted todo eso?", me dijo. "Ha convertido lo que podía haber sido un buen libro en periodismo." Lo que decía era verdad, pero tuve que hacerlo. Yo sabía que muy poca gente en Inglaterra había podido enterarse de que hombres inocentes estaban siendo falsamente acusados. Y si esto no me hubiera irritado, nunca habría escrito el libro. De una u otra forma este problema vuelve a presentarse.

El problema del lenguaje es más sutil y llevaría más tiempo discutirlo. Sólo diré que en los últimos años he tratado de escribir menos pintorescamente v con más exactitud. En todo caso, descubro que cuando ha perfeccionado uno su estilo, ya ha entrado en otra fase estilística.
Rebelión en la granja fue el primer libro en el que traté, con plena conciencia de lo que estaba haciendo, de fundir el propósito político y el artístico. No he escrito una novela desde hace siete años, aunque espero escribir otra enseguida. Seguramente será un fracaso -todo libro lo es-, pero sé con cierta claridad qué clase de libro quiero escribir. Mirando la última página, o las dos últimas, veo que he hecho parecer que mis motivos al escribir han estado inspirados sólo por el espíritu público. No quiero dejar que esa impresión sea la última. Todos los escritores son vanidosos, egoístas y perezosos, y en el mismo fondo de sus motivos hay un misterio.

Escribir un libro es una lucha horrible y agotadora, como una larga y penosa enfermedad. Nunca debería uno emprender esa tarea si no le impulsara algún demonio al que no se puede resistir y comprender. Por lo que uno sabe, ese demonio es sencillamente el mismo instinto que hace a un bebé lloriquear para llamar la atención. Y, sin embargo, es también cierto que nada legible puede escribir uno si no lucha constantemente por borrar la propia personalidad. La buena prosa es como un cristal de ventana. No puedo decir con certeza cuál de mis motivos es el más fuerte, pero sé cuáles de ellos merecen ser seguidos. Y volviendo la vista a lo que llevo escrito hasta ahora, veo que cuando me ha faltado un propósito político es invariablemente cuando he escrito libros sin vida y me he visto traicionado al escribir trozos llenos de fuegos artificiales, frases sin sentido, adjetivos decorativos y, en general, tonterías.

lunes, 5 de enero de 2009

La Bruja Agnesi


Aunque podamos afirmar que MARIA GAETANA AGNESI fue una mujer importante, nuestra bruja favorita es y será siempre la inigualable Baba-Yaga.
No obstante, bien está que conozcamos algo de esta digna mujer que hablaba más de 5 idiomas a los nueve años, y que brilló con luz propia en numerosas materias, especialmente en las matemáticas (y todo el mundo sabe que las matemáticas son cosa de brujería).

Una entrega más de la apasionante y sorprendente saga: GRANDES MUJERES DE LA HISTORIA (Y, como siempre, gracias a la amable cortesía y amabilidad de la mujer que alimenta al desnutrido intelectual, la Sta. Drizzle Eversmile.)


MARIA GAETANA AGNESI
Italia 1718 - 1799

Nació en Milán el 16 de mayo de 1718 en el seno de una familia acomodada y numerosa. Su padre, profesor de matemáticas, ejerció una gran influencia sobre ella. Con nueve años hablaba francés, latín, griego, hebreo y algunas otras lenguas y publicó una traducción en latín en defensa de la educación y formación de las mujeres. Desde pequeña conoció a profesores universitarios, científicos, filósofos... , y debatía con ellos sobre la propagación de la luz, cuerpos transparentes y figuras curvilíneas.

A la edad de 20 años quiso entrar en un convento; pero su padre se negó. María nunca se casó. Dedicó su vida al estudio de las matemáticas y a cuidar a sus hermanos en el momento en que murió su madre.

En 1738 publica una colección de ensayos filosóficos: Propositiones Philosoficae, que abordaba los problemas de filosofía natural.

Se dedicó en profundidad al estudio del álgebra y la geometría y nueve años más tarde aparecieron publicadas las Instituzioni Analitiche, que fue editado en varios idiomas y se utilizó como manual universitario en las universidades de distintos países.

Cuando este libro fue traducido al inglés por John Colson, profesor de matemáticas de Cambridge, le dió el nombre de "bruja" a la curva estudiada por Agnesi debido a una mala traducción y de ahí cada vez que se iba a mencionar a Agnesi se referían a ella como la bruja de Agnesi.

Agnesi nunca pudo entrar a la Academia Francesa por ser mujer; pero si en las Academias Italianas que eran más liberales.

Murió en Milán el 9 de enero de 1799