miércoles, 9 de marzo de 2011



Para A. en su veintiún cumpleaños para que piense que cuando uno deja de ser perro romántico se convierte en perro viejo (y romántico)


Los perros románticos

En aquel tiempo yo tenía veinte años
y estaba loco.
Había perdido un país
pero había ganado un sueño.
Y si tenía ese sueño
lo demás no importaba.
Ni trabajar ni rezar
ni estudiar en la madrugada
junto a los perros románticos.
Y el sueño vivía en el vacío de mi espíritu.
Una habitación de madera,
en penumbras,
en uno de los pulmones del trópico.
Y a veces me volvía dentro de mí
y visitaba el sueño: estatua eternizada
en pensamientos líquidos,
un gusano blanco retorciéndose
en el amor.
Un amor desbocado.
Un sueño dentro de otro sueño.
Y la pesadilla me decía: crecerás.
Dejarás atrás las imágenes del dolor y del laberinto
y olvidarás.
Pero en aquel tiempo crecer hubiera sido un crimen.
Estoy aquí, dije, con los perros románticos
y aquí me voy a quedar.


Roberto Bolaño.




Y ya sobre la marcha...




Perros Viejos.

Para A. con el permiso de Roberto Bolaño.


Nos han dejado a los perros viejos
revoluciones rotas y tarros volcados.
Frío en los huesos y más sal en las lágrimas.

Nos han dejado a los perros viejos
noches más frías y menos besos por delante.
Nos cuecen la carne y nos pasean más lentos,
los ojos blancos y la crin rala.

Pero los perros viejos
distinguimos el amor a una milla de distancia,
olemos el aire y sabemos –sabemos-
dónde cavar vale la pena.

Un perro viejo, ya usted lo ve,
no corre detrás del chorro de agua,
no le ladra a la luz del semáforo.
Un perro viejo le va a morder donde más le duela.

Si llora, llore usted con él a sabiendas
que llora todo el dolor del mundo.
Los perros viejos también se vuelven locos
-la verdadera locura no se cura con el tiempo-
y le ladran al Amor y lo persiguen tras los arbustos
y son románticos, oh sí,
tanto como cualquier perro
que espera bajo una ventana que tiene la luz encendida.



Andres Malpaso
Granada. 09 de Marzo de 2011.

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